En la región del Istmo de Tehuantepec, en el estado de Oaxaca, existe una leyenda que se remonta a tiempos prehispánicos. Es la leyenda de Tangu Yuh, la diosa zapoteca del amanecer y la abundancia.
En ese tiempo, los zapotecos, como ahora, se encontraban territorialmente divididos en tres partes: Norte, Centro y Sur.
Los hombres del Norte se dedicaban a cazar iguanas, venados y jabalíes, y las mujeres tejían telas con hilo de seda; los del Sur eran los artistas del pueblo, pues tanto hombres como mujeres trabajaban la madera y el barro para crear distintas artesanías; en cambio, los del Centro, eran comerciantes, donde las mujeres dirigían los mercados y los hombres iban a lo alto de las montañas a intercambiar mercancía.
Cada uno de ellos vivía en paz, en armonía, pero tenían algo en común: no se sentían lo suficientemente especiales. Por esta razón, la diosa Tangu Yuh los bendijo con su presencia.
La mañana de la víspera de Año Nuevo, decidió visitar primero a los del Norte, quienes, al verla, se asombraron tanto por la ropa que vestía, que las mujeres se acercaron a ella a ver cada detalle de su ropa para poder imitarlos después.
Un poco decepcionada, fue a visitar a los del Centro, quienes la atacaron de preguntas para ver cómo podían ser los mejores comerciantes.
Por último, se propuso visitar a los del Sur, quienes, al verla, tomaron los instrumentos de madera que habían hecho y la llenaron de hermosos sonidos que, poco a poco, se convirtieron en estruendos, lo que ensordeció a Tangu Yuh.
La diosa decidió dejar la Tierra, pues no había sido lo que esperaba; los habitantes se entristecieron al saber que ella se había ido e, inmediatamente, los habitantes empezaron a preguntar a sus vecinos cómo era la diosa, sus ojos y el sonido de su voz, pero no podía recordar su rostro, ni si había contestado sus preguntas, o sí le había gustado la fiesta con la que la recibieron.
Sin embargo, los habitantes esperan con ansias el regreso de la diosa cada Año Nuevo, mientras susurran la canción escrita solo para ella:
Diosa de la Tierra,
¿Qué no hubiera dado por ver tus ojos?
¿Qué no hubiera dado por ver tus ojos?
¡Diosa de la Tierra!
Tiempo después, la diosa decidió darles una oportunidad, por lo que bajó a visitarlos; ellos, al verla, se alegraron y empezaron una gran fiesta. Esa fue la última vez que vieron a la diosa, pero, cada año, los norteños tejen nueva ropa para los comerciantes del centro, y los del sur crean figuras de barro para los pequeños del Istmo.
Se cree que, cuando logren capturar las facciones de la diosa en las figuras de barro, ella regresará y ellos podrán celebrar nuevamente con una fiesta.
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